domingo, 12 de enero de 2014

La sonrisa perdida

El frío se internaba en mi cuerpo, colándose sin permiso en él, calándose en mis huesos para acabar siendo una capa invisible más de mi ser. Una protección autodestructiva que hacía meses que me acompañaba a cada paso que daba. Mi inseparable amiga viajera. El temblor de mis extremidades causaba mella en mí. 
Hacía días que lo tenía, pero había llegado el punto extremo. Sabía que ni podría aguantar  mucho tiempo más en aquel rincón de la ciudad, que debía buscar un pequeño cobijo. Sabía que el temblor era el anticipo del recorrido al más allá. Y sabía que no podría encontrar nada con las pocas monedas insignificantes que recaudaba diariamente.

Entreabrí mis ojos y vi como se acercaba a mí un hombre trajeado sujetando con firmeza un maletín color marrón y con un brillo que le daba un aire más importante del que ya tenía. Cruzamos las miradas y noté una conexión extraña entre los dos. Sus pupilas eran diferentes… Me gritaban algo que no podía llegar a entender. Pero continuó caminando hasta adentrarse en aquella cafetería que tanto envidiaba. Cerré los ojos esperando que, gracias a ello, mi pesadilla cesara, al menos, por unos minutos.


- ¿Me permite sentarme a su lado?

Parpadeé un par de veces para cerciorarme de quién era. Solo habían pasado unos minutos pero aquel hombre de traje y maletín se encontraba a mi lado, con un par de tazas humeantes y una bolsa colgando de su antebrazo. No le contesté, bastó un leve movimiento para otorgarle el permiso que ansiaba.
Mirando al frente noté como me ofrecía la bolsa que portaba y como una de las tazas llegaba hasta mis manos inundándolas de calor.

- ¿Sabe ese café de allí? Puede ir cada día. Tiene un chocolate y un bocadillo pagado cada 24h.- Dijo tras varios instantes en silencio.- No es mucho pero… En la bolsa hay también la tarjeta de un albergue. Allí dormirá cada noche en calor.

Giré con lentitud mi rostro hasta encontrarme con aquellos ojos que me trasladaban a otro lugar. Aquello que me contaba podría ser algo insignificante para él, pero para mí era algo muy difícil de superar.

- ¿Por qué yo? – Pregunté sin poder rechazar su mirada.

- Hace unos meses murió alguien especial para mí.- Comentó antes de tragar saliva. No entendí la relación de todo aquello.- Mi hermano tenía sus mismos ojos. La misma expresión que tiene usted en ellos. Es mi forma de transportarme a su mundo.

No pude evitar emocionarme. No pude evitar inundar de lágrimas mi cuerpo. No pude evitar ese escalofrío que recorría toda mi columna vertebral. Un calambre llamado amor que hacía mucho tiempo que no sentía.

- Gracias a usted por devolverme al mundo.

- Solo le pido una cosa a cambio.- Dijo mientras yo le observaba con impaciencia. Tenía miedo de saber sus intenciones.- Déjeme ver su mirada una vez a la semana.


De nuevo no contesté. Me limité a sonreír. Una sonrisa que pensaba que ya no existía.

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