viernes, 10 de enero de 2014

La Oscuridad palpable

Acariciaba con curiosidad el cuerpo de aquella desconocida mujer que tenía enfrente. No conseguía verla. La venda que tapaba mis ojos me impedía tener una imagen nítida de ella. Una imagen que fuera más allá de aquello que sentía a través del tacto de las yemas de mis dedos. Me escandalicé cuando, a los pocos instantes de sentir su cuerpo, noté sus huesos clavarse como astillas en mi piel. Sus caderas sobresalían de una forma asombrosa de su cuerpo. No podía imaginarme que nadie pudiera llegar a estar en semejantes condiciones. Mis manos subieron por su cuerpo hasta su rostro. Temblorosas, exploraron aquella zona sin poder detenerse mucho tiempo en investigar los recovecos que se podían encontrar en ella, recovecos de huesos recubiertos por una fina capa de piel. Di un paso hacia atrás atemorizada por lo que estaba tocando. No podía llegar a diferenciar si realmente lo que estaba examinando tenía vida o, por el contrario, me hallaba delante de un cadáver.

-              -  Muy bien Alba, puedes quitarte la venda de los ojos.

Poco a poco fui deshaciendo el nudo de aquella cinta negra. Mientras lo hacía, no pude evitar dar un par de pasos hacia atrás. Había accedido a hacer una actividad de la que nunca me dijeron muy bien de qué trataba y, en esos momentos, tenía miedo de ver aquella realidad que había palpado con mi cuerpo. La luz entraba en mis ojos de manera contundente, queriéndose hacer dueña de ellos. Parpadeé un par de veces para poder llegar a ver con claridad. Siempre me había afectado más de lo normal la luz solar y, como siempre pasaba, no pude evitar soltar un par de lágrimas debido a la batalla momentánea que había tenido lugar entre los rayos de luminosidad y mi propio cuerpo. Por fin tenía una visión nítida, pero no era capaz de levantar la vista de los cordones desatados de mis zapatillas.

-              -  Alba, levanta la cabeza. – Me ordenó aquella mujer en la que había depositado mi confianza para entrar en aquel centro de problemas alimenticios. – La chica que tienes delante se llama Olivia y tiene la misma estatura y peso que tú tienes actualmente.

Giré mi mirada rápidamente hacia mi doctora. Los datos que presentaba ante mi era atronadores, espeluznantes y, sobretodo, mortales. Su voz seguía sonando en aquella habitación de paredes blancas, pero mi mente vagaba entre la cordura y la locura. Intentaba asimilar aquello que acababa de escuchar, pretendía encajar aquellas piezas que, para mí, eran claramente de puzles diferentes, de escenas diferentes. Era prácticamente imposible que mi cuerpo, el que observaba cada mañana en el espejo, tuviera algo en relación con aquello que había palpado minutos antes. Mi cuerpo era una maraña de grasa y celulitis, no algo que se podía confundir con total facilidad con un cadáver del anatómico forense. Yo era una chica rellenita, con unos quilos de más. La mujer que tenía ante mis ojos era el ejemplo típico de anorexia.

Metía con rapidez la ropa en mi maleta. Quería salir de aquella clínica. No me gustaba que me compararan con algo que yo no era. Había aceptado ingresar el día que empecé a tener problemas cardíacos y siempre teniendo en cuenta la voluntad de mis padres. Jamás interné por voluntad propia. Y ahora, teniendo como compañía a aquel ser que, médicamente hablando, era igual que yo, sólo pensaba en marcharme. ¿Qué sabrían los médicos? Yo podía controlar mi cuerpo, mi mente, mi corazón… Incluso mi ingesta de alimentos.

Al cerrar mi equipaje eché un vistazo a mi fugaz compañera de habitación. Le habían conectado a una máquina para tener controlado su corazón. Aseguraban que aquel aparato sería mi próximo compañero de viaje. Qué equivocados estaban. Iba a cruzar la puerta cuando oí un pitido que se clavaba en mis tímpanos haciendo que se revolvieran los cimientos de mi existencia. El personal sanitario corría desesperadamente pidiéndome que me apartase, gritando cosas incoherentes que sólo ellos conocían. Gritos que se convertían en leves murmullos cuando llegaban a mis oídos. Murmullos que se convertían en preguntas. ¿Y si era verdad lo que hacía meses que me advertían? Si fuera así, yo podría acabar con los ojos en blanco, inmóvil, con mi último aliento en una cama de hospital. Podría acabar como estaba en esos precisos momentos Olivia. Sola, rodeada de personas, pero sola por cumplir el sueño de estar delgada. Sola. Ella y su delgadez.

Sentada en el suelo del pasillo, apoyando la espalda a la pared y con la mirada perdida, esperaba la noticia que tanto ansiaba en ese momento. Una respuesta que, en el fondo de mi ser, sabía que no iba a llegar. Había visto en sus ojos la mirada de la muerte. La misma que me perseguía a mí en el momento que decidí irme de allí. La misma que me venía acompañando desde aquel día que decidí dejar de lado todos aquellos alimentos que mi cuerpo necesitaba y mi mente quería borrar del mundo.

-                        - Olivia ha muerto. – Me dijo sin compasión una de las enfermeras.


-              - Quiero vivir. – Dije aún mirando a la nada.- Quiero quedarme aquí, seguir vuestras normas. Quiero seguir las leyes que marca mi cuerpo y olvidar aquellas que me dicta mi mente. – Levanté la vista para mirar fijamente a aquella mujer. – Déjame ayudaros como quería hacer Olivia conmigo.

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