Acariciaba con
curiosidad el cuerpo de aquella desconocida mujer que tenía enfrente. No
conseguía verla. La venda que tapaba mis ojos me impedía tener una imagen
nítida de ella. Una imagen que fuera más allá de aquello que sentía a través
del tacto de las yemas de mis dedos. Me escandalicé cuando, a los pocos
instantes de sentir su cuerpo, noté sus huesos clavarse como astillas en mi
piel. Sus caderas sobresalían de una forma asombrosa de su cuerpo. No podía imaginarme
que nadie pudiera llegar a estar en semejantes condiciones. Mis manos subieron
por su cuerpo hasta su rostro. Temblorosas, exploraron aquella zona sin poder
detenerse mucho tiempo en investigar los recovecos que se podían encontrar en
ella, recovecos de huesos recubiertos por una fina capa de piel. Di un paso
hacia atrás atemorizada por lo que estaba tocando. No podía llegar a
diferenciar si realmente lo que estaba examinando tenía vida o, por el
contrario, me hallaba delante de un cadáver.
- - Muy
bien Alba, puedes quitarte la venda de los ojos.
Poco
a poco fui deshaciendo el nudo de aquella cinta negra. Mientras lo hacía, no
pude evitar dar un par de pasos hacia atrás. Había accedido a hacer una
actividad de la que nunca me dijeron muy bien de qué trataba y, en esos
momentos, tenía miedo de ver aquella realidad que había palpado con mi cuerpo.
La luz entraba en mis ojos de manera contundente, queriéndose hacer dueña de
ellos. Parpadeé un par de veces para poder llegar a ver con claridad. Siempre me
había afectado más de lo normal la luz solar y, como siempre pasaba, no pude
evitar soltar un par de lágrimas debido a la batalla momentánea que había
tenido lugar entre los rayos de luminosidad y mi propio cuerpo. Por fin tenía
una visión nítida, pero no era capaz de levantar la vista de los cordones
desatados de mis zapatillas.
- - Alba,
levanta la cabeza. – Me ordenó aquella mujer en la que había depositado mi confianza
para entrar en aquel centro de problemas alimenticios. – La chica que tienes
delante se llama Olivia y tiene la misma estatura y peso que tú tienes
actualmente.
Giré
mi mirada rápidamente hacia mi doctora. Los datos que presentaba ante mi era
atronadores, espeluznantes y, sobretodo, mortales. Su voz seguía sonando en
aquella habitación de paredes blancas, pero mi mente vagaba entre la cordura y
la locura. Intentaba asimilar aquello que acababa de escuchar, pretendía
encajar aquellas piezas que, para mí, eran claramente de puzles diferentes, de
escenas diferentes. Era prácticamente imposible que mi cuerpo, el que observaba
cada mañana en el espejo, tuviera algo en relación con aquello que había
palpado minutos antes. Mi cuerpo era una maraña de grasa y celulitis, no algo
que se podía confundir con total facilidad con un cadáver del anatómico
forense. Yo era una chica rellenita, con unos quilos de más. La mujer que tenía
ante mis ojos era el ejemplo típico de anorexia.
Metía
con rapidez la ropa en mi maleta. Quería salir de aquella clínica. No me
gustaba que me compararan con algo que yo no era. Había aceptado ingresar el
día que empecé a tener problemas cardíacos y siempre teniendo en cuenta la
voluntad de mis padres. Jamás interné por voluntad propia. Y ahora, teniendo
como compañía a aquel ser que, médicamente hablando, era igual que yo, sólo pensaba
en marcharme. ¿Qué sabrían los médicos? Yo podía controlar mi cuerpo, mi mente,
mi corazón… Incluso mi ingesta de alimentos.
Al
cerrar mi equipaje eché un vistazo a mi fugaz compañera de habitación. Le
habían conectado a una máquina para tener controlado su corazón. Aseguraban que
aquel aparato sería mi próximo compañero de viaje. Qué equivocados estaban. Iba
a cruzar la puerta cuando oí un pitido que se clavaba en mis tímpanos haciendo
que se revolvieran los cimientos de mi existencia. El personal sanitario corría
desesperadamente pidiéndome que me apartase, gritando cosas incoherentes que
sólo ellos conocían. Gritos que se convertían en leves murmullos cuando
llegaban a mis oídos. Murmullos que se convertían en preguntas. ¿Y si era
verdad lo que hacía meses que me advertían? Si fuera así, yo podría acabar con
los ojos en blanco, inmóvil, con mi último aliento en una cama de hospital.
Podría acabar como estaba en esos precisos momentos Olivia. Sola, rodeada de
personas, pero sola por cumplir el sueño de estar delgada. Sola. Ella y su
delgadez.
Sentada
en el suelo del pasillo, apoyando la espalda a la pared y con la mirada perdida,
esperaba la noticia que tanto ansiaba en ese momento. Una respuesta que, en el
fondo de mi ser, sabía que no iba a llegar. Había visto en sus ojos la mirada
de la muerte. La misma que me perseguía a mí en el momento que decidí irme de
allí. La misma que me venía acompañando desde aquel día que decidí dejar de
lado todos aquellos alimentos que mi cuerpo necesitaba y mi mente quería borrar
del mundo.
- - Olivia
ha muerto. – Me dijo sin compasión una de las enfermeras.
- - Quiero
vivir. – Dije aún mirando a la nada.- Quiero quedarme aquí, seguir vuestras normas.
Quiero seguir las leyes que marca mi cuerpo y olvidar aquellas que me dicta mi
mente. – Levanté la vista para mirar fijamente a aquella mujer. – Déjame
ayudaros como quería hacer Olivia conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario