domingo, 23 de febrero de 2014

¿Humanos racionales?

Habitualmente no escribo en el blog para desahogarme o, por lo menos, no me desahogo de una manera directa. Hay veces que hay toque biográficos en los relatos, por mínimos que sean. Pero hoy necesito hablar de una experiencia personal que me ha marcado demasiado. Y eso que acaba de sucederme. Para ello, primero os tengo que poner en antecedentes.

Desde hace unos años me rondaba por la cabeza la idea de ser voluntariado de una de las protectoras de mi ciudad, pero muchos prejuicios y muchos "Es que si vas, tu perra enfermará por lo que puedas coger tu y, aunque tu no lo desarrolles, lo pasarás a ella". Mentira. Bueno, mentira siempre que tu perro esté vacunado. Y la mía lo está. (Eso y que se relaciona con perros no vacunados y sin demasiada higiene desde que era bebé). A lo que iba. Hace más de medio año me encontré con unas voluntarias de una protectora y decidí que era la excusa perfecta para ir. Y así lo hice. Desde entonces, cada domingo que puedo estoy allí ayudando o, simplemente, sacando a pasear a los perros. Contra más pesen y más tiren, más me gusta el reto.

Esta mañana, después de unas semanas sin ir, me he despertado pronto, me he puesto "la ropa de trabajo" y me he dirigido allí. Lo primero que he hecho al llegar ha sido coger a Oliver y Sweet y llevármelos de paseo. Él estaba desesperado por salir, casi tira la puerta abajo, y ella es su madre. No saben ir solos. Todo iba sobre lo previsto, hasta que al volver nos han comunicado que acababan de encontrar a un perro cerca de allí. Al ver el follón que había, he decidido ir yo, junto con otra compañera a ver si podíamos cogerlo. Y lo que he visto al llegar ha sido la crueldad humana en su máxima expresión. En estos meses me he encontrado perros abandonados, perros cuyo dueño los dejaba en la puerta, cachorros que llevaban días a temperaturas bajo cero... Pero nunca eso.

Dentro de una caseta se encontraba un perro, o lo que quedaba de él, arrinconado en una de las esquinas. Le hemos dado una lata de comida y la hemos apartado un poco para que saliera el solo de allí. La ha cogido entera de un bocado. Ha tardado segundos en devorarlo. Al sacarle y cogerle en brazos hemos visto lo que nunca tendría que soportar un ser vivo. Ojos llenos de conjuntivitis y barro adheridos a ellos, su olor era olor a rancio... o incluso a muerte y descomposición. Y lo peor incluso, la columna vertebral le sobresalía completamente. ¿Habéis visto alguna vez al típico (desgraciadamente) galgo desnutrido, que se le arquea la columna? Este perrito no la tenía arqueada... era lo siguiente a ello. Tan mal estaba que casi se le juntaban las patas traseras con las delanteras. Al llegar al refugio se ha comido en apenas dos minutos media lata de comida de las gigantes. Y todo esto sin dejar de temblar. Ni de agachar la cabeza cuando veía una mano. Ni de dirigirse a algún escondite cuando le dejabas en el suelo. Llevaría semanas sin comer.

¿Hasta ese punto puede llegar la crueldad humana? Luego se dice que las personas somos animales racionales, con inteligencia. Lo que yo he visto esta mañana era de todo menos racional. Era brutalidad. Era la actuación de un hijo de puta hacia el mejor animal que se puede tener. Porque, a pesar de lo que ha debido pasar el perro, se aferraba a ti con las cuatro patas cada vez que le cogías en brazos. Y hasta ha llegado a dormirse, sin dejar de temblar, en los brazos de mi compañera. Buscándonos las manos cuando dejábamos de acariciarle.

Soy una persona que le cuesta llorar. Y mucho más reconocer que lo hace. Y muchísimo más hacerlo en público. Hoy no he podido evitarlo al mirarle a los ojos a esa preciosidad de perro y a los ojos de mi compañera.

Ojalá la ley fuera más dura. Ojalá no se permitiera que un ser humano arrasara con la vida de otro ser. Y más si éste último es pura nobleza.

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