Rebuscaba con rapidez e impaciencia entre mi bolso. Era
curiosa la facilidad con la que se perdían las cosas en él. Decidí agacharme
para poder vaciarlo, esparciendo todo su interior por el suelo. Por fin. Allí
estaba. Tenía entre mis manos lo que hacía minutos que me traía loca. Apreté el
botón central y la pantalla se iluminó, mostrándome las tres llamadas que no
había podido contestar a tiempo. “Mamá”.
- Ei Má – Le saludé – No encontraba el móvil – Le expliqué
mientras seguía escuchándola sin prestarle demasiada atención – Estoy en Atocha
con Marta. Cuando lleguemos a su casa te digo alguna cosa.
Colgué queriendo terminar la conversación lo más rápido
posible. No me gustaba mentirle, pero en ese caso no veía otra opción. Recogí
todo lo que había tirado y corrí hasta la puerta de embarque. “LONDON”.
Ya en el avión no podía dejar de dar vueltas a aquel sobre
que tenía entre mis manos. Era la primera vez que montaba en un avión y ni
siquiera había prestado atención a la azafata que indicaba que teníamos que
hacer en caso de emergencia. Tenía miedo a volar, pero no podía compararlo con
el temor que sentía dentro de mí cada vez que pensaba en el por qué de aquel
sobre. Lo abrí de nuevo, cerciorándome de aquella fatalidad, y sin querer
aparecieron en mis ojos unas lágrimas que intenté evitar cerrando con fuerza
los párpados. Pero los tuve que abrir de inmediato. En aquellas milésimas de
segundo que cerré los ojos lo último que pude ver fue oscuridad. Otra vez me
vino él a mi cabeza, sus movimientos sobre mi cuerpo, sus susurros alocados en
mi oído.
Lloré sin poder evitarlo. Lloré dejándome el alma en cada
gota salada que recorría mi mejilla. Lloré sabiendo que con cada lágrima se me
quebraba el corazón como si de zarpas se tratasen. Lloré sin pudor. Sabiendo
que eran las únicas que podrían curar las heridas que aquel hombre había
producido en mí.
Quise cerrar aquel sobre para esconderlo en lo más profundo
de mi pequeña bolsa de viaje, pero entre la gran cantidad de dinero que había
dentro vi, de nuevo, el papel que daba sentido a aquella locura.
“Nunca me culpes por
esto. Por muchos gritos que hayas tenido, ambos sabemos que lo deseabas. Tu
mirada en el bar dónde nos vimos me decía que querías acostarte conmigo… pero
al final todas hacéis lo mismo. Putas monjitas adolescentes de mierda.
Ya me ha pasado más de
una vez y, aunque sé que al final no tenía cojones para denunciar una
violación, te dejo el dinero suficiente para que vayas a abortar a Londres. Sé
que no me vas a denunciar, lo disfrutaste tanto o más que yo. Al final todas
sois iguales de cerdas.
PD: Como digas a
alguien algo de esto, te aseguro que la próxima vez tus gritos no serán de
placer.”
Me sabía aquel texto de memoria. Al igual que me sabía de
memoria el cuerpo de aquella persona que hacía que mi mundo hubiera cambiado
hasta el punto de querer morirme por aquello que siempre había querido. Siempre
quise quedarme embarazada, tener un niño y ser feliz cuidándole. Pero nunca
imaginé que el primer paso de aquel proceso soñado acabara en una sala de
quirófano que ya imaginaba mientras ya podía llegar a ver las negras nubes del
cielo de la ciudad inglesa. Era la única salida que mi mente tenía para escapar
de las garras del que siempre había sido mi mejor amigo.
¿Te das cuenta? La vida es como un círculo y en tu relato queda bien reflejado. España años 70, la gran cantidad de mujeres que tuvieron que irse a Londres para abortar, o lo hicieron en este país poniendo en muy serio riesgo sus vidas. España con el gobierno actual. Se vuelve a imponer unas restricciones en el derecho al aborto que condenarán, una vez más, a cientos, o miles, de mujeres a tener que irse a otro país a abortar. Es el círculo. Y el centro del mismo, la relación entre las personas tan apasionante pero tan terrible en ocasiones.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. Es algo que casi me vi en la obligación de reflejar cuando saltó la noticia del cambio de legislación en este tema. Lo demás fluyó solo.
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